16/8/07

Agnosia perpetua, saludable, diáfana y triste.


Veía una mano tocar delicadamente la superficie de la cama y aun sintiendo la aspereza de la mantita oxidada por tantos cuerpos tapados y por tantos recuerdos almacenados en cada espacio libre de hilos, la percibía suave, impoluta al igual que el resto de la cama. La mano recorría cada rincón como si volar pudiera y no parecía guardar ningún cúmulo de nervios. No paraba. Únicamente se movía balanceándose, una y otra vez. Estaba unida a un brazo petrificado que la seguía sin miedo a la perdición. Una y otra vez. El hombro sentía todos los movimientos y los imitaba levemente. No había prisa. El cuello permanecía impasible ante cualquier perturbación. Sólo a veces se dejaba llevar por aquel movimiento ancestral y tranquilizador. La barbilla notaba el sufrimiento de la parte anterior y se movía de vez en cuando alertándola de lo que ocurría. Los pómulos vibraban cuando la primera parte se topaba con asperezas y se encendían ante la satisfacción de la suavidad. Los labios se contraían con el aire que entraba en la nariz. La nariz amenizaba el movimiento aumentando así la satisfacción producida. Los párpados caídos escondían debajo unos ojos que trataban de imaginar ese momento desahogado. Las cejas, antes arqueadas por la incredulidad, se daban mutuamente un respiro para relajarse y acompañar a los ojos en el descanso de sentir lo no visto. La frente despejada de sudor aún no creía esos minutos de descontracción y esperanza virtuosa. El pelo suelto daba un aspecto de blancura inaudita a aquella edad y no se dejaba influenciar por el resto de las partes, sino que se movía aprovechando las minúsculas bocanadas de aire cuya procedencia no estaba bien matizada por aquellos ojos cerrados; parecía firme a no desadherirse de la cabeza que se veía obligada a ignorarlo y seguir de algún modo el compás marcado por el primer elemento; y dentro de ese contorno redondeado que englobaba la mayoría de los elementos mencionados, la actividad parecía muerta. Nada en la corteza, nada en todos los canales ahora enrevesados a causa del tiempo. Parecía que allí no existía la vida y que las horas no transcurrían. No había nada en ningún rincón visible, no se podía sentir nada en ninguna parte. Nada, nada en ninguna parte. Sin embargo, había una cierta disconformidad, un cierto aire de desaprobación, algo que cada vez aumentaba más. Aumentaba y aumentaba y en un segundo se había convertido en un quejido. Un quejido cuya procedencia no era conocida por el pelo, la frente, las cejas, los ojos, los párpados, la nariz, los pómulos, los labios, la barbilla, el cuello, el hombro, el brazo; pero la mano consiguió moverse y trasladar con ella el brazo, el hombro, el cuello y el resto de los elementos y se paró en un punto exacto, certero. Algo que debía estar completamente hermético. Una parte no palpable y nunca vista. Algo que Iria no conocía totalmente. Algo llamado... corazón.

Tan, tan. Llaman a la puerta.

1 comentario:

Unknown dijo...

ya volvi. no puedo comentar nada acerca detu actualizacion porque estando de viaje me perdi bastantes anteriores y esas merecen más tiempo del que les dedicaria en estos instantes. cuando las lea todas tendre el placer de dar mi opinión, incluso a lo mejor lo hago cara a cara. quien sabe.


no imaginas lo que me alegro saber algo de ti el otro dia.

un abrazo