No llueve. Y el azul del aire se introduce por cada rincón impregnando la estancia de un frío calculador. En la ventana, fría y escachada por la luz cobriza, temerosa por aparecer en el horizonte de aquel paraje hastío, asqueado de existir, ella permanecía fiel a su inmovilidad que solo se veía perturbada por un imparable movimiento de pestañas. Deseaba animar a ese aire omnipotente a quedarse un ratito más, para acompañarla, que en muchas ocasiones, la soledad carcome los cuerpos esfumándose, así, la alegría y el ánimo. No había nadie fuera y los animales, pequeños, insectos, se habían escondido hace horas obligados por aquel espectro de luz infernal y acechador que no paraba de permanecer quieto sin atreverse a surgir.
Algún resquicio de la tarde perduraría durante escasos minutos y daría paso a la noche clara de otoños olvidadizos, compañeros de una vida que no se va, que no evoluciona, que no quiere rendirse. Y era esa esperanza inhumana la dueña de las cuerdas que sujetaban muchas vidas como la suya. Vidas que simplemente sobreviven, que ni siquiera pertenecen a nadie. Vidas rechazadas y entrecruzadas con vidas anheladas purgando momentos sucios y repetitivos. Momentos que podrían olvidarse y, por el contrario, se entierran en cada minuto que transcurre, sin paradas, en cada haz de luz que pueda traspasar el cristal de la ventana y llegar hasta sus pupilas para volver a recordarse una y otra vez haciéndola presa de un pánico nuevo, fulgurante y quebrado por otro movimiento de pestañas.
Por fin sale la luz cobriza inventada por su cuerpo, luz que no existe, luz que no es más que la aparición de una escasa luna en otra noche más de una vida que continúa.
Algún resquicio de la tarde perduraría durante escasos minutos y daría paso a la noche clara de otoños olvidadizos, compañeros de una vida que no se va, que no evoluciona, que no quiere rendirse. Y era esa esperanza inhumana la dueña de las cuerdas que sujetaban muchas vidas como la suya. Vidas que simplemente sobreviven, que ni siquiera pertenecen a nadie. Vidas rechazadas y entrecruzadas con vidas anheladas purgando momentos sucios y repetitivos. Momentos que podrían olvidarse y, por el contrario, se entierran en cada minuto que transcurre, sin paradas, en cada haz de luz que pueda traspasar el cristal de la ventana y llegar hasta sus pupilas para volver a recordarse una y otra vez haciéndola presa de un pánico nuevo, fulgurante y quebrado por otro movimiento de pestañas.
Por fin sale la luz cobriza inventada por su cuerpo, luz que no existe, luz que no es más que la aparición de una escasa luna en otra noche más de una vida que continúa.
Imagen: inicio-final.
1 comentario:
"¡Luz, luz! ¡Luz sobre tí!" (El monstruo de la oscuridad, de Uri Orlev)
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