
¿Quieres hacerme un favor? No mires el rostro de nadie. Observa detenidamente su espalda y sus gestos, nunca su cara. Hazlo día a día, con inexcrutable paciencia. Te darás cuenta de que son felices...
Iria comenzó a preparar su maleta de vuelta a casa. No pretendía subirse a aquella silla de ruedas que una enfermera con enormes pechos resultones le ofrecía; pero, debido a su estado de debilidad física, hubo de aceptarla. En el trayecto por el hospital hacia la salida, fue incapaz de evitar observar a toda aquella gente que caminaba por los pasillos, cabizbaja. Detuvo su mirada en una mujer. Era extrañamente alta, con delicadas facciones en su rostro, de piel pálida a la par que rojiza debido a los innumerables moratones que, seguramente, le había propinado su genial marido. Iria sintió el impulso de hablarle, de decirle que hasta en el más repugnante asfalto crecen pequeñas hierbas llenas de esperanza y compañía. La mujer sostuvo su mirada llena de odio y evasión. Era evidente que no había sonreído en mucho, mucho tiempo. Iria comenzó a inquietarse. Sentía un insufrible nerviosismo por todos los rincones de su cuerpo... Calló de la silla. Ahora estaba enfadada. Estaba harta. Ahora su sangre comenzaba a hervir y nada ni nadie podría evitar que su melancolía y tranquilidad se fugasen. Ahora sólo quedaba la ira y la humillación. La vergüenza. No podía controlar ese calor que ascendía por sus pies hasta su cara. Quería gritar y deshacerse de cualquier buen recuerdo. Ya no pensaba. Actuaba ridículamente en medio de toda aquella gente, sin pensar, sin ser consciente de sus actos. Debía parar, sabía que debía parar. Y así lo hizo. Ante la incrédula mirada de todo el hospital, la preocupación de sus padres y las carreras de los médicos, se levantó del suelo, agarró con fuerza su maleta y se fue paseando y canturreando hasta llegar a la puerta de aquel lugar. Allí dio media vuelta para indicar a sus padres que se dieran prisa y apuntó con su mirada la espalda de aquella peculiar mujer. Fue entonces cuando vio ese cartelito invisible que todos tenemos escondidos y que, difícilmente, podemos sacar a la luz. Fue entonces cuando entendió que, a pesar de todo, descartando por completo su rostro, aquella mujer que tanto había sufrido, era feliz.
¿Surrealista? ¿Imposible? Sí, siempre.
Imagen: "Soy estúpido pero soy feliz porque hoy, ¡es mi día!"
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